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2023-02-28 14:49:58 By : Ms. Gloria Ji

Barranca del Cobre. Foto: Turismo de Chihuahua.

El mexicano estado de Chihuahua es, aparte del origen de la cotizada raza canina a la que da nombre y de los suculentos burritos, el lugar donde se encuentra uno de los accidentes geográficos más vertiginosos del planeta: las Barrancas del Cobre. Un sistema de cañones naturales que, aparte de regalar impresionantes panorámicas y trepidantes aventuras, es el hogar de una de las comunidades indígenas americanas que mejor han sabido conservar sus tradiciones ancestrales.

Dicen que las comparaciones son indeseables pero, en materia de dimensiones, a veces son la mejor manera de comprender la grandeza y singularidad de ciertos lugares del planeta. Ocurre con las Barrancas del Cobre, en México, y con lo que merece la pena compararlas es con el célebre Gran Cañón del Colorado estadounidense.

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Con sus cerca de 60.000 kilómetros cuadrados, las Barrancas son cuatro veces más extensas que el Gran Cañón. Y, de media, su profundidad es el doble. Algo que se aprecia fácilmente en desfiladeros como el de Urique, que alcanza desniveles de más de 1.800 metros. Bien es cierto que el paisaje es bastante diferente entre ambos accidentes geográficos norteamericanos: más frondoso el sistema chihuahuense y, en términos generales, también más inaccesible.

Las Barrancas del Cobre se sitúan en plena Sierra Tarahumara, en la parte de cordillera de la Sierra Madre Occidental que está en el estado de Chihuahua. Éste, pese a ser bastante desconocido más allá de las fronteras de México, es el más grande de los estados de ese país (casi la mitad de la superficie total de España) y hace frontera con Nuevo México y Texas (Estados Unidos).

En cualquier caso, el sistema de siete barrancas, también conocido como Cañón del Cobre (por las minas de ese metal que se comenzaron a explotar en la zona desde finales del siglo XVII), es el principal reclamo turístico de Chihuahua. Sobre todo, por la magnífica simbiosis con el Chepe Express, tren de lujo que, desde la localidad de Creel (a 2.340 metros de altitud), llega hasta Los Mochis, ya en el Pacífico, con parada en estaciones cuyo nombre suena legendario para los amantes de los viajes en ferrocarril.

La principal, Divisadero: aquí están algunos de los miradores más escalofriantes desde los que conseguir una visión de conjunto de las Barrancas. A veces, incluso, desde la propia terraza de la habitación de los alojamientos que hay aquí se puede asistir a amaneceres que rozan lo mágico. Ocurre en el Hotel Mirador, cuyas 70 habitaciones y suites tienen todas vistas al enorme desfiladero.

También la hay desde la gran terraza junto al comedor y bar que, por si fuera poco, regala otro espectáculo más: el de los colibrís, que vienen a alimentarse en un bebedero estratégicamente colocado para ellos.

Desde este hotel, y distribuidos en distintos niveles de la Barranca del Cobre, se divisan varios asentamientos de la comunidad indígena rarámuri, a los que los conquistadores dieron el nombre de tarahumaras. Este pueblo originario ha habitado el estado de Chihuahua desde tiempos remotos aunque fue a partir del siglo XVII cuando se vieron obligados a recluirse en esta zona, desplazados por los colonizadores que se apropiaron de sus tierras para sus explotaciones agrícolas y ganaderas.

En su propia lengua el nombre rarámuri quiere decir “pies rápidos”. Y, de hecho, los atletas de este pueblo han sorprendido últimamente por sus proezas en pruebas de ultrafondo. Es el caso de Lorena Ramírez, que llama la atención no solo por su rapidez e increíble resistencia en este tipo de competiciones, sino también porque para sus hazañas viste la indumentaria y el calzado (apenas unas tiras de cuero con suela neumática) que caracterizan a su cultura desde tiempos ancestrales.

Más allá de lo etnográfico, en Divisadero también se pueden vivir algunas de las experiencias más trepidantes de la Sierra Tarahumara, gracias al Parque de Aventura Barrancas del Cobre. Entre sus diferentes atracciones (via ferrata, bosque aéreo, circuito de siete tirolinas…) destaca la que está considerada como la tirolina (o tirolesa) más larga de América y segunda del mundo.

Se llama Zip Rider, tiene una longitud total de 2.554 metros y un desnivel cercano a los 500 metros. El recorrido dura en torno a tres minutos, en función de la velocidad máxima que se alcance (entre 100 y 130 km/h), lo que depende de la dirección e intensidad del viento y el peso del pasajero.

El Zip Rider, la mayor tirolina de América, discurre durante 2.554 metros sobre las Barrancas del Cobre

Lo cierto es que, una vez superada la impresión que supone dejarse caer hacia la nada, el deslizamiento hasta la base de recogida resulta de lo más placentero, cómodamente sentados en una especie de silla y disfrutando de las mejores vistas de las Barrancas. El retorno, después de una caminata de una media hora, se realiza en teleférico, con un recorrido no menos impactante.

Como las vistas a la Barranca de Urique desde el mirador del Cerro del Gallego, apenas una pasarela metálica que se antoja demasiado liviana y desde la que se puede observar, bajo los pies, cientos de metros de caída libre hasta el fondo del valle.

Tan enorme es el desnivel que en ésta, como en el resto de las Barrancas del Cobre, existen rangos climáticos muy diferenciados (con ecosistemas propios y sus respectivas especies animales y vegetales) ente las cimas y el fondo de los valles.

En estos últimos, pese a los rigores del invierno (se alcanzan con facilidad temperaturas de menos de -10° C), las condiciones de humedad y de insolación permiten cultivos como la vid, traída por aquellos religiosos jesuitas que, allá por el siglo XVI, establecieron diversas misiones en esta sierra. Entre ellas, la de Cerocahui, próxima a Bahuichivo, otra de las paradas del Chepe Express.

Aquí, sobre parte de lo que fue el claustro, las celdas, los huertos y el cementerio construidos por los jesuitas está uno de los alojamientos con más personalidad de la zona: el Hotel Misión Cerocahui.

Sus jardines albergan un pequeño viñedo del que se nutre la bodega de la propiedad (junto con las uvas de otros viñedos situados en el entorno de la población) para producir vinos tintos (coupages de dos o cuatro uvas) de calidad y mucho mérito. Sobre todo, teniendo en cuenta las condiciones de cultivo y la práctica desaparición de las vides una vez que se fueron de aquí los jesuitas.

También muy peculiar es la experiencia que supone alojarse en el Hotel Bosque Boutique, cercano a uno de los más espectaculares accidentes naturales de la zona: la gran cascada de Cusárare, con 30 metros de caída. Lo más llamativo de este alojamiento, aparte de estar en plena naturaleza e integrado en un poblado de la comunidad rarámuri, es que aquí no hay luz eléctrica.

La iluminación de las habitaciones, completamente forradas en madera y con baño propio, consiste en varios quinqués de petróleo. Para calentarlas, hay chimenea o estufas de leña. Lo mismo que el salón común del hotel, donde después de que se sirva la cena (preparada por dos experimentadas cocineras rarámuri) los huéspedes se dedican a compartir experiencias en torno al calor del hogar.

La localidad de referencia en esta parte de la Sierra Tarahumara chihuahuense es la localidad de Creel.

Muchas la consideran apenas una calle flanqueada por comercios de artesanía, restaurantes y hoteles, pero está considerada como uno de los Pueblos Mágicos de México, en reconocimiento a su vínculo con la comunidad rarámuri, su riquísimo entorno natural y el hecho de ser un núcleo fundamental de comunicación entre el estado de Chihuahua y el de Sinaloa.

No muy lejos de Creel, en torno a la antigua misión de San Ignacio de Arareko, está una de las más extensas comunidades rarámuri, algunos de cuyos integrantes siguen viviendo en cuevas (como la de Sebastián) y/o cabañas de madera.

El pequeño templo de la misión es un prodigioso alarde de sincretismo religioso, donde lo mismo tienen lugar celebraciones católicas que rituales prehispánicos preservados en el tiempo por los chamanes de ese pueblo.

Lo cierto es que todo el entorno invita a la espiritualidad, desde las extrañas formaciones rocosas que conforman los valles de los Hongos, las Ranas y los Monjes, en el espacio protegido de la comunidad, hasta la luz misma que envuelve estos paisajes, dibujando sombras que, no por extrañas, dejan de ser especialmente atractivas. Como todo el conjunto de la Sierra Tarahumara.

Alfredo García Reyes. Periodista y divulgador de todo lo bueno, bonito y agradable de la vida. Con una carrera de más de 30 años en varias de las principales publicaciones de viajes, gastronomía y lifestyle de España, tanto online como offline.

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