Todos los gigantes de Alaska

2023-02-28 14:52:34 By : Mr. Jack Wang

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Anchorage es un reducto de civilización en la inmensa extensión salvaje del mayor estado de Estados Unidos. Más allá de los rascacielos, hay bosques inmensos en los que habitan osos, picos aún por conquistar, glaciares y fiordos que surcan ballenas y orcas.

La ciudad más poblada de Alaska es el mejor punto de partida para descubrir los espacios infinitos de un territorio que evoca historias de exploradores y naturaleza virgen a raudales. En el Rasmuson Center, el Anchorage Museum ofrece una magnífica introducción a la realidad de un estado con una superficie de 1,7 millones de km2, el triple que Francia o España.

Más que un estado, Alaska es un subcontinente que cuenta con varias regiones climáticas, desde la selva templada costera de su zona meridional hasta la tundra del norte pasando por una larga extensión de taiga en el centro. Esta gran diversidad de ecosistemas también se traduce en una gran variedad de etnias, que aquí se denominan Primeros Pueblos y que conforman casi la quinta parte de la población de Alaska. El Anchorage Museum introduce al visitante en los once pueblos nativos del estado, sus tradiciones, artesanía y creencias: tlingit, yupik, inupiat, atabascanos, aleutianos…

Anchorage también puede ser el punto de inicio de un sencillo itinerario de diez o más días por Alaska en coche de alquiler, la forma más fácil de recorrerla. No es necesario que sea un todoterreno: las carreteras principales están bien asfaltadas y solo durante algunos kilómetros será necesario rodar por pistas de grava –bien mantenidas– por las que circulan bien los turismos.

Foto: Getty Images / Glaciar Worthington. La autopista Richardson pasa a pocos metros de esta lengua de hielo, en las afueras de Valdez. Se organizan caminatas por su superficie.

La ruta puede empezar en el pequeño pueblo de Eklutna, a solo media hora de Anchorage. Sorprende ver la cúpula acebollada de la iglesia rusa ortodoxa de San Nicolás, testimonio del legado ruso en Alaska, que antes de ser comprada por los americanos en 1867 fue la posesión más oriental del poder del zar. El pueblo de Eklutna lo fundaron misioneros rusos que llegaron en 1840 para cristianizar a los nativos.

Cumplieron tan bien su misión que los habitantes de Eklutna siguen siendo ortodoxos, aunque sus sacerdotes ya no están a sueldo de Moscú. En el cementerio local, las tumbas son construcciones de madera pintadas de vivos colores que recuerdan pequeñas cabañas. Reflejan el sincretismo religioso surgido de la tradición ortodoxa y la creencia del pueblo dena’ina según la cual los espíritus de los fallecidos necesitan una casa para descansar.

La siguiente parada es el pintoresco Talkeetna, uno de los lugares con más encanto de todo el estado. Dicen que los guionistas de la serie de televisión Doctor en Alaska se ins- piraron en él para crear el pueblo ficticio de Cicely, aunque en realidad se rodó mucho más al sur, en la pequeña localidad de Roslyn en el estado de Washington. Vagando por Main Street –la única calle as- faltada–, entre tiendas con listones de madera y altos frontales que exhiben los nombres de los negocios, cabañas de troncos y un ambiente de frontera, Talkeetna recuerda más a una película del far west que a la exitosa serie.

En Talkeetna también hay aviones como los que pilotaba Maggie O’Connell, pues Alaska es el estado con más avionetas de los Estados Unidos. Los vuelos panorámicos sobre el monte Denali despegan del aeropuerto local, así como los que transportan alpinistas hasta la base de este pico de 6194 m, el más alto de toda Norteamérica. También conocido como McKinley, es de tan difícil acceso que las expediciones para coronar la cima parten de uno de los glaciares de su falda y la única manera de llegar a ellos es a bordo de avionetas calzadas con esquís.

En el museo de la Talkeetna Historical Society o en la base de los rangers de la estación Walter Harper se puede conocer de primera mano cómo fue la primera conquista de esta montaña, el 7 de junio de 1913, y la vinculación de la gran cima con los pueblos nativos de la zona.

Foto: Shutterstock / El monte Denali (6194 m) domina todas las vistas.

Para ver de cerca la gran cumbre de Alaska no es necesario subir a un avión. Cada día parten autobuses desde el centro de visitantes del Parque Nacional Denali, 250 km al norte de Talkeetna. El pico y su entorno fueron declarados parque nacional en 1917. Con casi 25.000 km2 de superficie, es bastante más extenso que países como Eslovenia o Israel. Su paisaje va variando a medida que nos acercamos al macizo y el autocar va subiendo de cota de altura. Por el trayecto, se ven alces asomando sus astas como palas por encima del agua en lagunas cristalinas, osos afanándose en engordar sus reservas de grasa con las últimas bayas de los arbustos, lobos desapareciendo entre matorrales y cabras de Dall encaramándose a las rocas más altas.

Un recorrido por el Parque Nacional Denali siempre es un festival de naturaleza, que tiene su máximo esplendor cuando, tras cuatro horas de recorrido, el autobús llega a Wonder Lake, donde termina la pista. Si hay suerte y las nubes no cubren la cima, se ve la mole del pico Denali levantándose solitario –su nombre significa El Alto–, reflejando su blancura en las tranquilas aguas del lago.

Fuera de la reserva también suele ser fácil observar fauna, sobre todo alces pastando al borde de la carretera George Parks. En un trayecto de poco más de dos horas se llega a Fairbanks, la ciudad más grande al norte de Anchorage. Se la considera la capital mundial de las auroras boreales, aunque este espectáculo nocturno solo es posible verlo en invierno, cuando las largas horas de noche enmarcan el juego de luces y colores de las partículas solares bailando en el cielo.

El núcleo de Fairbanks nació en 1901 con el descubrimiento de oro a orillas del río Chena. Aquella época dorada se recuerda en el parque Pioneer con exposiciones, antiguos edificios e incluso un barco de vapor con rueda de palas que solía remontar las aguas del río.

A Fairbanks también se la conoce como «la puerta del norte de Alaska». Desde aquí se accede a la zona más septentrional del estado, ya sea con rutas en furgoneta hacia los pozos petrolíferos de Prudhoe Bay, en aviones pequeños que sobrevuelan el Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico o bien en vuelos domésticos hasta ciudades que son solo accesibles por aire, como Barrow y Nome, ambas con una población mayoritariamente indígena.

La civilización, sin embargo, también ha llegado a este remoto rincón en forma del descomunal oleoducto de la Trans-Alaska Pipeline System, que lleva petróleo desde los pozos del océano Ártico hasta Valdez, en la costa, atravesando toda Alaska a lo largo de 1288 km.

La mayor dificultad de su construcción en los años 70 fue cruzar grandes extensiones de suelo congelado en las que eran habituales los temblores de tierra; todo ello sin afectar excesivamente los movimientos de la fauna local, como las manadas de caribús, que se desplazan por la región en busca de pastos. Hay un punto de observación cerca de Goldstream, a quince minutos en coche de Fairbanks, en el que varios plafones explican la historia de esta colosal obra.

Foto: Getty Images / Cabras de Dall en el paso de montaña Polychrome, dentro del parque Denali.

Paradójicamente, yendo hacia el sur por la carretera de Fairbanks se llega al pueblo de North Pole. En la entrada, una gran estatua de Papá Noel da la bienvenida al visitante. En los países anglosajones Santa Claus vive en el Polo Norte, así que en 1950 el emprendedor Con Miller puso aquí su negocio de decoraciones navideñas aprovechando el tirón del nombre del lugar y lo bautizó como Santa Claus House. Desde entonces, es una parada obligatoria para los habitantes de Alaska antes de las fiestas de Navidad y para los turistas durante todo el año.

Las llanuras cercanas a Fairbanks van ganando altura hasta convertirse en la gran Cordillera de Alaska, que se empieza a ver en Delta Junction, 132 km al sur de North Pole. Aquí, además, se disfruta de las mejores vistas de la cordillera, enmarcada en su base por el hilo plateado del río Delta. El lugar empezó funcionando como una oficina de telégrafos en 1904 y tuvo un cierto crecimiento cuando se introdujo la cría de bisontes en la década de 1920. Se hizo especialmente conocida a partir de la construcción, durante la Segunda Guerra Mundial y por imperativos militares, de la Alaskan Highway. Fue la primera carretera que unió Alaska con Canadá, y finaliza aquí después de recorrer 2232 km desde su inicio en Dawson Creek, en la Columbia Británica.

Hay que abandonar la Alaskan Highway para seguir la carretera Richardson (Route 4) rumbo sur y atravesar la Alaska Range. La cinta de asfalto recorre las entrañas de la cordillera y pasa rozando varias lenguas de glaciares que parecen querer seguir la misma ruta hasta Glennallen. Esta pequeña ciudad situada en el cruce de dos de las grandes autopistas de Alaska sirve de punto de entrada al Parque Nacional de Wrangell-Mount St. Elias, una de las reservas naturales más salvajes del estado y en cuya área se alzan 9 de los 16 picos más altos del país. Muchas de estas cimas son visibles desde Glennallen en un día claro, cuando se convierten en un telón de fondo realmente impresionante.

Cerca de aquí se encuentra el río Copper, cuyas aguas remontan en verano miles de ejemplares del pescado más sabroso de Alaska: el salmón rojo del río Copper. De las cinco especies que se pescan, el conocido como salmón sockeye es el más buscado por los pesca- dores locales. Paseando a lo largo del río se ven varias fish wheels o ruedas de pesca, una muestra del ingenio humano para capturar tan preciado pez.

Foto: Getty Images / Hay excursiones guiadas al glaciar Root, en el Parque Nacional Wrangell-St. Elias.

La autopista Richardson corre hacia el sur pero hay que desviarse en Pippin Lake. Allí empieza la pista que, por un profundo y ancho valle, llega a los pies de la sierra de Wrangell-St. Elias pasando por la población de Chitina. A la sombra del Mount Blackburn (4996 m), Chitina nació como estación del ferrocarril minero del río Copper; cuando cerró la mina, se convirtió en una ciudad fantasma de edificios de madera que ahora parecen resucitar con un cierto comercio.

Tras casi tres horas de pista por el fondo del valle, enmarcado por altas montañas de las que descienden glaciares y tapizadas por bosques inexplorados, se llega al remoto pueblo de McCarthy. Es otra muestra del ocaso de una población tras el cierre de las minas de cobre de la vecina Kennicott, a solo 7 km de distancia. Cuando se encontró un gran filón de cobre en el año 1900, las minas situadas por encima del glaciar Root fueron rápidamente explotadas por miles de mineros que se esforzaban picando la roca de las profundidades de la montaña helada. La línea de ferrocarril se construyó para transportar el mineral hasta el puerto más cercano, en Cordova.

Foto: Getty Images / Edificios históricos en el centro de McCarthy.

Muy cerca de Kennicott surgió la ciudad de McCarthy, en la que los mineros –lejos de la prohibición de sus patrones–, podían gastarse las ganancias en whisky, apuestas y mujeres en los múltiples saloons. Estos y otros edificios permanecen ahora abandonados, como testigos mudos de un pueblo que, poco a poco, va poblándose de nuevo con una comunidad de gente que bus- ca vivir en medio de la naturaleza, lejos de las grandes ciudades.

Se puede subir hasta Kennicott y explorar las viejas máquinas mineras para imaginar sus tiempos de prosperidad. Se asciende por encima del hielo del glaciar Root para tomar contacto con las nieves perpetuas que cubren gran parte del que es el parque nacional más extenso de Estados Unidos.

El viaje continúa por la autopista Richardson a través del famoso Paso de Thompson (855 m), que ostenta el récord de más caída de nieve en un solo día y durante un año en el país. El glaciar Worthington llega hasta casi el borde del asfalto y el aire que se desliza por su pendiente es un refrescante alivio en pleno verano. Se llega así a Valdez, una pequeña ciudad situada en uno de los fiordos que bordean el Estrecho del Príncipe Guillermo (Prince William Sound). Si bien parece que aquí acaba la carretera de asfalto, en realidad es un punto de embarque para la gran red de «autopistas marinas» de la Alaska Marine Highway, el eficiente servicio de barcos que conecta las ciudades y puertos del sur de Alaska.

La ruta Valdez–Whittier en ferri ahorra al viajero el gran rodeo por las montañas de Chugach. A bordo del barco hay que estar siempre atentos al espectáculo que brinda la naturaleza, porque desde la cubierta es muy posible avistar las grandes aletas dorsales de un grupo de orcas, o las más pequeñitas de alguna marsopa de Dall. En las rocas de la multitud de islitas del estrecho suelen tomar el sol los leones marinos de Steller, mientras que allí donde abundan algas de kelp o quelpo se ven nutrias marinas nadando panza arriba. Si hay suerte, entre las gaviotas que acompañan al ferri, quizá se cruce en el cielo alguna águila calva o americana, de blanca cabeza y más de dos metros de envergadura, sobrevolando las aguas próximas a la orilla al acecho de alguna presa.

Al llegar a Whittier, se presentan dos posibilidades de acabar el viaje: seguir hacia el sur o tomar rumbo norte. La península de Kenai es el objetivo de la primera opción. Allí se encuentran las ciudades de Seward –nombre del Secretario de Estado que gestionó la compra de Alaska a Rusia por 7,2 millones de dólares– y Homer, de cuyo puerto parte el ferri a la cercana isla de Kodiak, habitada por osos pardos de tamaño gigantesco y que convierten esa isla en un mítico lugar para la observación de plantígrados. La alternativa norte desde Whittier regresa a Anchorage bordeando el Turnagain Arm, el brazo de mar por el que el capitán Cook tuvo que regresar cuando en 1778 buscaba el Paso del Noroeste y se encontró con este abrupto final del Estrecho de Cook.

De nuevo en Anchorage, el viajero tendrá la sensación de haber realizado una ruta intensa y larga, a pesar de haber recorrido solo una ínfima parte de lo que es Alaska. Una pequeña cata que, sin embargo, se asoma a una increíble variedad de paisajes, flora y fauna, además de una interesante historia. El estado más grande de los Estados Unidos es inagotable.

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